lunes, 8 de marzo de 2021

TERCER PREMIO CONCURSO DE RELATOS "HISTORIAS DE MUJER": "LA PRIMAVERA DE PEPITA"


    Se puso su traje de cheviot que se compró en los 80 para las ocasiones, peinó sus canas y se pintó los labios con calma.

    Sacó de una cajita unos pendientes y un collar de perlas pequeñas, cogió su bolso y se fue a la calle… y respiró.

    El invierno estaba acabando y la primavera prometía ser cálida. Se sentó en la terraza de un bar, al sol y saboreó muy despacio aquel café que le supo a gloria.

    Aquel muchacho moreno de ojos grandes que le prometió el cielo un día, y que después apagaba sus cigarros en las plantas de su balcón que ella cuidaba con tanto mimo, aquel que siempre le ponía un pero a todo, que la llamaba fea, tonta, inútil… y fanfarroneaba en la barra del bar de su hombría, aquel que nunca dijo gracias, que escupía desprecio, que cuando metía la llave en la cerradura abría la puerta del infierno, aquel que gritaba y daba golpes en la mesa, que a Pepita ya no, porque sus hijos lo podían ver.

    Aquel del chantaje más cruel, ¡Si me dejas nunca volverás a verlos, porque estás loca y te voy a encerrar en un manicomio, porque antes te mato y los mato, para que te jodas!

    Aquel, un día, tal vez por su propio veneno, por su propia ira o su mala sangre, sufrió un ictus, y aquel monstruo se convirtió en un pelele, en un guiñapo, ¡lo que es la vida!. A penas si podía balbucear, casi no tenía movilidad. Esas manos ya no harían más daño, esa voz jamás la volvería a insultar, ni a amenazar, ya no daba miedo. Y Pepita le cuidó día y noche en el hospital y luego en casa.

    Su hijo Manuel, el mayor, le dijo un día: “Mamá, he hablado con mis hermanos y creemos que lo mejor es que ingresemos a papá en una residencia, tú no estás para esto, ya has hecho bastante y has padecido bastante... Así lo hicieron.

    Y Pepita recordó cómo le gustaba el mar. Buscó el teléfono de un hotel en un pueblo donde había ido de niña algún domingo con sus padres y sus hermanos, reservó una habitación con vistas a la playa, y de pronto le volvió el brillo a sus ojos y se vio sonriendo, sonriendo de verdad y se sintió liviana, ágil y alegre. Hizo la maleta con ilusión de adolescente.

    Se instaló en la habitación del hotel, colocó su ropa en el armario, peinó sus canas y se pintó los labios con calma, sacó de una caja unos pendientes y un collar de perlas pequeñas y se fue a la calle… y respiró.

    El invierno estaba acabando y la primavera prometía ser cálida.

    AUTORA: MARÍA HERNÁNDEZ







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