martes, 18 de septiembre de 2018

Cuando todo se nos pone patas arriba. David Topí




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 Hay momentos en los que, desde luego, uno quisiera tirar la toalla cuando no sabe ya que hacer ante las vueltas de tuerca que la realidad en la que existimos parece dar para apretarnos los tornillos, complicando más y más las cosas cuando estamos tratando de querer solucionar aquello que parece estar bloqueando, interfiriendo, manipulando, desencuadrando o tirando por tierra la estructura de nuestro día a día, que solemos tener bien montada y fijada, y que nos permite mantener la sensación de estabilidad y seguridad para los quehaceres diarios.

       Cuando esta estabilidad se rompe por algún hecho o sacudida inesperada, la reacción de pánico, más o menos sutil, suele saltar automáticamente, al ver cómo se desmorona, estropean o cambian las cosas y piezas que forman ese rompecabezas que es nuestra realidad. Y “rompe-cabezas” es, quizás, la mejor palabra que podríamos encontrar para definir la sensación que uno tiene cuando hay cosas que no salen ni a tiros, cuando algo se nos viene abajo, cuando todo cambia de repente, cuando mil cosas se rompen, etc., ya que, uno, literalmente, se rompe la cabeza pensando, y actuando, para tratar de recomponer aquello que vemos que se desmonta, o que ha cambiado, a priori, contra nuestro parecer, intención o deseo de que así fuera.

       Por un lado, todo suceso de este tipo tiene su propia razón de ser, venga ejecutado por lo que venga ejecutado, y sea cual sea la causa física del mismo (es decir, independientemente de lo que haya puesto en marcha los problemas, inconvenientes o situaciones percibidas en la realidad física como hecatombes y cambios drásticos), pero al final hay un propósito mayor que tiene que ver, como siempre, en la mayoría de los casos, con el desmontaje de alguna estructura interna cuyo reflejo externo en la materia es lo que termina rompiéndose, restructurándose o cambiando a nivel físico.

       El hecho de que suceda así forma parte de los factores naturales de creación de la realidad inherentes al ser humano, pero desconocidos en la mayoría de los casos por la mente consciente, de forma que, al cambiar estructuras mentales y emocionales, causales o etéricas en nosotros, su reflejo en el mundo material que es siempre en forma de objetos, situaciones, proyectos o eventos reflejará lo que está sucediendo interiormente en cada uno. Si hay una revolución en tu entorno profesional, hay una parte tuya que está internamente asociada a ello, y que puede que esté también revolucionada sin que te des cuenta, si hay un cambio bestial a nivel emocional en ti, hay áreas de vida que puede, en mayor o menor medida, según la potencia e intensidad de ese cambio, ponerse patas arriba en el plano físico.
Es así y no se puede evitar.

       Así, siempre que la realidad externa se nos ponga patas arriba, al mismo tiempo que corremos para arreglarlo, miremos hacia adentro para buscar las estructuras que en nosotros mismos también estén cambiando, y démonos tiempo para reajustarnos, minimizando los efectos colaterales teniendo paciencia, y no desesperando por el hecho de querer sostener y mantener las cosas tal y como estaban, algo que, quizás, en la mayoría de ocasiones, será harto difícil una vez completados los cambios interiores, ya que si algo ha cambiado en la estructura física y psíquica de una persona, raro es que ahí fuera la cosas puedan volver a ser como eran.

       Así que estos cataclismos llevan consigo el reajuste de una vida, de un escenario y de unos actores, se depurarán y desaparecerán lugares, entornos y las personas se recolocarán en su verdadero lugar, ese lugar que falsa o ya erróneamente ocupaban, unas se aproximarán y otras se alejarán o desaparecerán de nuestras vidas. Por lo tanto, cambiarán las cosas y también las personas. Y esto, créanme, siempre es bueno a pesar de lo doloroso del proceso.



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