viernes, 11 de mayo de 2018

“Ser una buena persona es sinónimo de ser inteligente. Todos somos una de las dos cosas, alguna vez o siempre”



¿Por qué necesitamos referentes éticos?
-Tenemos varios tipos de necesidades, que nos consideren, que nos respeten, que nos quieran, la falta de ellas está haciendo un mundo cada vez más inhóspito. Es un buen momento para recuperar a gente que ha teniendo un comportamiento ético a contracorriente y que nos lleva a la reflexión de que en el día a día hay gente que hace cosas parecidas. No son noticia, aunque hacen del nuestro un mundo mejor. Son referentes que nos pueden ayudar a reposicionar a veces nuestra indiferencia o nuestro cansancio.

¿Estas biografías son la antítesis de la llamada “satisfacción inmediata” para ser felices?
-Tenemos desazón colectiva, miedos no racionales, sino a una desesperanza, a un tipo de vida en la que no hay los resultados que esperamos. Necesitamos recuperar estas esencias, algunas desconocidas pero no por ello menos importantes, protagonizadas por gente absolutamente normal. Son ejemplos heterogéneos para desterrar que la ética es un elemento cultural y que todo lo bueno siempre está en Europa. Hablamos de actitudes universales.

¿Es una guía de patrones para ser mejor persona?
-Creo firmemente que ser buena persona siempre es sinónimo de ser inteligente. Todos somos una de las dos cosas alguna vez o siempre. Cuando actuamos bien, generamos a nuestro alrededor bondad, un terreno para la confianza, la generosidad y la seguridad. Muchos de los nombres que conforman el libro jamás pensaron cuando actuaron que iban a ser célebres y algunos siguen vivos, como el escritor Amos Oz. En su día puso en marcha una actitud hacia la verdad que fue incomprendida hasta por los suyos. Reivindico, no tanto a las personas, sino a las actitudes que generan grandes comportamientos.

Tampoco hablamos de personas que vivieran una causa solidaria...
-Por ejemplo, el primer premio Nobel de la Paz, el fundador de la Cruz Roja, en un comerciante burgués de Ginebra y en uno de sus viajes se encontró con la batalla de Solferino. Henri Dunat consiguió convencer a muchos para que los heridos y los muertos no se quedaran en el campo de batalla, fue una actitud de compromiso. Tampoco hay una causa tras el perdón, es el caso de la hija de Aldo Moro, asesinado por las Brigadas Rojas y en el caso vasco, las víctimas, desde Espinosa hasta Maixabel Lasa. Junto con los victimarios, gente que ha llegado a verdaderas simas de deshumanización, que buscan el perdón y se ponen a la cabeza de la regeneración ética. Ambas son actitudes revolucionarias que deberían tener nuestro aplauso.

¿Por dónde empezó? ¿Por las actitudes o por las personas?
-Hice una selección de las referencias éticas que pueden ayudar, tenía algunas claras de las que soy fan, como Concepción Arenal, pero otras me las he encontrado, como Anna Politkóvskaya. Y se sitúan en distintas partes del mundo, en diferentes épocas, con distintos quehaceres, porque la ética no es un concepto cultural griego. En cualquier contexto hay ética.

¿Una actitud indispensable para enfrentar los tiempos actuales?
-No sé si es la más indispensable pero es la más acuciante y la que más me preocupa porque es la más difícil de vender o convencer, que se vea como algo necesario. Hablo de Kant y sus imperativos categóricos que podríamos traducir en el axioma “No hagas a los demás lo que no te gustaría que te hiciesen”. Habla de poner límites a la falta de ética, hay ciertas cosas que no se pueden llevar hasta el límite y en los tiempos en los que vivimos marcados, por ejemplo, por el consumismo, probar todo hasta el final sin importar las consecuencias.

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