sábado, 18 de marzo de 2017

Mi amiga Silvia nunca debió llorar todas sus lágrimas….




Desde mi primer recuerdo veo a mi amiga Silvia, era vecina de mi abuela en la huerta, donde yo pasaba vacaciones y fines de semana.
Silvia era muy especial, muy sensible, le gustaba jugar con muñecas (era la mejor mamá), le gustaba pintarse las uñas y jugar a ser cantante. Tenía esa dulzura, ese corazón enorme y genialidad que las niñas muy especiales tienen. Pero su familia y vecinos le llamaban, Jesús. Yo no entendía porqué a esta niña le ponían aquellos zapatos y aquellas ropas, que ella trataba siempre de darle su toque, haciéndole un nudo a las camisas por encima del obligo, subiéndose las patas de los pantalones y poniéndose alguna flor en el pelo.
Yo compartía con ella mi vestido de flamenca con todos su complementos, el de huertana y hasta algunos vestidos antiguos que mi abuela me dejaba para jugar. Nunca vi a nadie tan feliz.
Yo compartía juegos con todos los niños del barrio, y no entendía porqué, tanto mayores como pequeños se burlaban de Silvia, ¡si era una niña muy buena!. Me dolía y me enfadaba.
Silvia lloraba y sufría. Fue creciendo y no pudo estudiar, porque TODOS se lo impidieron, le hacían lo que ahora se llama “bullying”, que no es otra cosa que niños educados para ser gentuza se dedica a joderle la vida a otros niños.
Tampoco pudo trabajar porque la rechazaban o le hacían “mobbing”, que son los padres de los niños del bullying o parientes cercanos (hijos de… todos).
Silvia, vivía en un callejón sin salida, insultada, despreciada, le dieron brutales palizas…. Y ella no había hecho nada malo a nadie, ni a las moscas.
Creció sin amor y con todo el odio y desprecio del mundo, y se refugió en la mugre más peligrosa, entre los desechados, entre las basuras, entre las sombras.
Esa niña tan dulce siguió recibiendo malos tratos, vejaciones, violaciones… Se vendió para comer, tuvo sida, se refugió en las drogas para calmar tanta pena. Con poco más de treinta años murió. Y su muerte fue tan injusta como su vida, porque murió violentamente, porque la asesinaron. Pero a Silvia ya la habían matado mucho antes, la mataron cuando tenía tres años y sitió los puñales del desprecio clavados en su cuerpecito y en su corazón. Y esos puñales endiosados y cretinos siguen asesinando inocencias y derechos que da la vida y que nadie debe quitar.

Mercedes Orenes.

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