Han terminado por fin, felizmente, las horribles 'fiestas' de
San Fermín. Sí, ya sé: muchos de ustedes no seguirán adelante una vez leída la
primera frase. Pero el hecho de que a algunos les moleste lo que digo, nunca me
ha impedido hablar y alzar la voz en contra de todo lo que considero injusto o dañino.
Y cualquier cosa que tenga que ver con la tortura a los
animales no humanos convertida en regocijo de los animales humanos me parece
dañino. Me indigna, desde luego, que se trate a los animales no humanos con ese
desprecioJamás conseguiré comprender que la gente disfrute viendo sufrir a un
ser vivo.
Nunca aceptaré el maldito sentimiento de superioridad de la
especie humana respecto a otros compañeros de planeta. ¿Qué es lo que nos hace
creernos mejores? ¿Una inteligencia que ha sido capaz de descubrir y construir
grandes cosas, sí, pero que al mismo tiempo ha provocado guerras horrorosas y
que permite que millones de seres humanos sigan pasando hambre y sufrimientos
sin fin? Viendo las enormes catástrofes que somos capaces de generar, el rastro
de dolor que nuestra presencia en el mundo va dejando a su paso, desde sus
orígenes, no puedo entender que sigamos sintiéndonos superiores respecto a
otras especies, infinitamente mejor integradas en la convivencia y adaptadas
para la supervivencia, que es, al fin y al cabo, el compromiso primordial de
toda especie viva.
Me indigna, desde luego, que se trate a los animales no
humanos con ese desprecio, con esa crueldad inaudita que siempre arranca de la
idea de que nosotros somos 'más' que ellos. Y, como humana, me duele comprobar
que tantos de mis congéneres sean capaces de disfrutar con el sufrimiento ajeno
y de convertir un terrible ritual de muerte en un espectáculo folclórico, de
los de "la España de charanga y pandereta", que dijo Machado. Me horroriza
que ese sea el símbolo de mi país, el elemento 'cultural' que nos identifica
frente a nuestro entorno: la cultura nunca puede fundarse en el dolor y la
destrucción. La fiesta no puede ser un espectáculo sanguinolento.
Me horroriza que ese sea el símbolo de mi país, el elemento
cultural que nos identificaPor eso me enfada tanto que las 'fiestas' de San
Fermín, epítome por excelencia del jolgorio cruento, testosterónico y
alcoholizado, sigan teniendo en nuestro país la importancia que aún tienen y
que, me temo, va cada vez a más: hace veinte años, los encierros pamploneses
eran una noticia más de los telediarios. Ahora abren los informativos y ocupan
la primera página de los diarios, con su feroz acompañamiento de sangre,
tortura y -para colmo- violencia sobre las mujeres.
Cada vez que veo esas imágenes, que oigo o leo los
comentarios pseudo-épicos que las acompañan, me siento indignada, triste y
avergonzada: si los toros, los encierros y toda clase de salvajadas populares
con animales de todo tipo representan a España, yo me niego a ser española.
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