sábado, 2 de julio de 2016

CARIÑO DE CADA DÍA


SIN UNA CONDICIÓN (Pablo Arribas, @Pablo__Arribas o @univ_sencillo)
“Por grande que sea una presa, un mínimo agujero, por la presión hidráulica, la acaba rompiendo”, se dice. Incluso los altos sueños pueden venirse abajo si los volvemos condicionales. Por pequeña que sea, una condición puede ser grieta suficiente para que todo se rompa.
Uno de los errores de nuestra cultura es pensar que solo lo posible vale la pena. Hemos puesto la atención únicamente en lo realizable, lo tangible, lo real y lo medible, y hemos dejado a un lado el valor de lo inalcanzable, de las utopías, las ilusiones y los sueños. “La gente se enorgullece de tener los pies en la tierra, de ser realista y sensata, y se burla de aquellos que están en las nubes”, escribe Ken Robinson. Vivir a expensas de que algo tenga un final feliz sería como decir “no vivas, ¡que vas a morir!”. Creo que no importa tanto que la película acabe bien si el desarrollo es un tostón. Yo no pago palomitas por cinco minutos de final, sino por dos horas de emoción.
Nos hemos mercantilizado hasta el punto de vernos como productos. En el amor, si nos gusta una persona pero tarda en correspondernos, o si las cosas van mal, “¡a por otra!”; en el trabajo, “al que antes me coja” o “al que más me pague”; y en las relaciones personales, se habla de “dar para recibir”, como si la generosidad fuera un intercambio. Hacemos las cosas bajo la condición de que nos salga bien la tirada. Queremos hacernos ricos por inflación, no por inversiones de riesgo. ¿Y si la riqueza está en la aventura de los mares y no en el cofre de la isla? No hay viaje que pueda disfrutarse preguntando “cuánto falta”.
“¿Y si la riqueza está en la aventura de los mares y no en el cofre de la isla?”.
Lo que realmente da valor a una persona no es lo que hace cuando hay garantías, sino lo que emprende cuando no las hay. El amor, como la valentía, reside en el espacio del “podría ser que no”. No es una cuestión de optimismo o pesimismo, es una cuestión de condicionalidad. Mientras que, en esa bifurcación, un pesimista piensa “¿y-si-no?” y un optimista “¿y-si-sí?”, un amante se pregunta “¿y-qué-más-da?”, porque un amante sabe que lo importante no es conseguirlo, sino pelearlo (disfrutarlo).
La diferencia está en quién lo hace para conseguir algo y quién porque lo ama. Son esos dos violinistas en diferentes estaciones de metro, uno mirando las monedas y el otro sintiendo cada nota con los ojos cerrados. El amor es tocar para ti.
Ser un amante es estar dispuesto a continuar cuando no hay premio, es hacerlo aunque no llegue. Ser amante es estar dispuesto a trabajar sin tener recompensa, a quedarte sin nada, en el aire, desnudo. Lo contrario es ser comerciante. El amor es la muerte de la condición. La dificultad o frustración temporal no pueden ser la causa de abandono de un sueño atemporal. Los sueños no tienen fecha. Todo sueño verdadero es atemporal e incondicional.
Plantéalo así. Si te garantizaran que si lo dejas todo y te dedicas a lo que amas, al final lo consigues, ¿lo harías? ¿Y si no te lo dijeran? Esa es la diferencia. Si tu segunda respuesta es sí, eres un amante.
Aunque soy algo reticente a hablar de mí en esta web, cada vez siento este espacio más familiar y quiero compartir algo con vosotros por si os pudiera inspirar:
Cuando me preguntan por mi sueño, muchos lo llaman fantasía. No me enfada porque sé que hablan desde la razón, la prudencia y la seguridad. Tres herramientas que sirven para lo que sirven, pero no para el desarrollo de la creatividad y el ensanchamiento de las posibilidades. Pero, como argumentó Henry Ford, “si les hubiera preguntado qué querían, me habrían dicho que un caballo más rápido”. A veces es mejor no preguntar. En estos años han sido muchas las voces que me han dicho “de eso no se vive”, “búscate un trabajo de verdad”, o “¿cómo vas a vivir de eso?”. A lo primero les digo “ya veremos”; a lo segundo que “lo mío es un trabajo”; y a lo tercero que “no lo sé”. Otras veces es mi propia voz la que me dice “y si nunca lo consigues?”, e incluso a veces se pone muy trágica y pregunta: “¿y si te mueres sin lograrlo?”, a lo que respondo: “lo voy a conseguir, no sé si en este siglo, en el siguiente, o en el siguiente, pero claro, si muero antes… ¡así cualquiera no lo consigue!”. Desde mi pequeño Universo, os aseguro que cuando se está enamorado el final de la historia es lo de menos.
“El que teniendo un sueño nunca lo abandona, nunca fracasa de verdad.”.
“The only thing you have to do in this life is die. Everything else is a choice”, me recordaba el otro día un amigo irlandés. (Morir… y pagar impuestos, apuntaba Benjamin Franklin). Todo, absolutamente todo (salvo la muerte), es una elección. Lo demás son impuestos que nos otorgamos. ¿Qué eliges? ¿Vas a elegir tu vida en función de la dificultad?, ¿de la inmediatez? ¿de la seguridad? ¿O vas a elegirla desde el amor? ¿Desde la posibilidad o desde lo que tú crees?
Somos tan grandes como nuestros sueños. El que tiene uno grande y por temor a no lograrlo apuesta por uno más pequeño, está condenado a una vida menor. El que teniendo un sueño nunca lo abandona, nunca fracasa de verdad. Incluso aunque no lo cumpla.
Miro alrededor y no puedo evitar sentir cierta pena al ver a padres asustados recomendando seguridad y a hijos confundidos que buscan en el dinero o la fama la gloria: vidas ambas al servicio de los resultados. Creo que es hora de levantar la voz y recordarnos que solo tenemos una vida y que tiene que valer la pena. Tenemos una ocasión extraordinaria de escuchar a nuestro corazón, olvidarnos de la imposibilidad, disfrutar el camino y devolverle a los sueños el decoro, la importancia y el lugar que merecen.
Con los pies en el suelo no se puede volar.



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