El enfado es la más seductora de las emociones negativas porque el monólogo interno que lo alienta proporciona argumentos convincentes para justificar el hecho de poder descargarlo sobre alguien.
Al contrario de lo que ocurre en el caso de la melancolía, el enfado resulta energizante e incluso euforizante.
Es muy posible que el poder persuasivo del enfado se explique el motivo por cual ciertos puntos de vistan se hallan tan difundidos, la gente piensa por ejemplo que la ira es ingobernable y que en todo caso no debiera ser controlada, o que una descarga de ella puede ser sumamente liberadora. Por el contrario, una investigación de la psicóloga Diane Tice nos sugiere que este tipo de actitudes habituales hacia el enfado, no solamente están equivocadas, sino que son francas supersticiones.
La cadena de pensamientos hostiles que alimentan al enfado nos proporciona una posible clave para poner en práctica uno de los métodos más eficaces para calmarlo.
En primer lugar debemos de tratar de quitarles razón a las convicciones que alimentan el enfado. Cuantas más vueltas le demos a los motivos que nos llevaron al enojo, más “buenas razones” y más justificaciones encontraremos para seguir enfadados. Los pensamientos obsesivos son la leña que alimenta el fuego de la ira, un fuego que solamente podrá extinguirse contemplando las cosas desde un punto de vista diferente. Uno de los remedios más poderoso para acabar con el enfado consiste en volver a encuadrar la situación en un marco más positivo (repensar los motivos desde una óptica distinta).
El detonante universal del enfado es la sensación de hallarse amenazado. Y no solamente nos referimos a la amenaza física sino también, como suele ocurrir, a cualquier amenaza simbólica para nuestra autoestima o amor propio (sentirnos tratados ruda o injustamente, sentirnos insultados, menospreciados, frustrados al llevar a cabo una determinada tarea, …) percepciones, todas ellas, que actúan a modo de DETONANTE de una respuesta cerebral que tiene dos efectos:
Liberación de catecolaminas que cumplen con la función de generar la energía necesaria para emprender una acción como es la lucha o la huída. Esta descarga perdura varios minutos durante los cuales nuestro cuerpo, en función de la magnitud que nuestro cerebro emocional asigne a la amenaza, se dispone para el combate o para la huida.
Otra parte de esa sustancia liberada se transmite por el sistema nervioso y dicha excitación puede durar horas. Todo esto hace que las reacciones en ese estado se realicen con suma velocidad. Esa hipersensibilidad explica porque la mayoría de las personas parecen más predispuestas a enfadarse una vez que han sido provocadas o se hallan ligeramente excitadas.
Todos los tipos de estrés provocan una excitación que contribuye a bajar el umbral de la irritabilidad. Después de un duro día de trabajo, una persona se sentirá especialmente predispuesta a enfadarse en casa por las razones más insignificantes, razones que en otras circunstancias no tendrían el poder suficiente para desencadenar un SECUESTRO EMOCIONAL.
El enfado se construye sobre el enfado, como una escalada o secuencia de provocaciones, cada una de las cuales genera una reacción de excitación que tiende a disiparse muy lentamente, en esta secuencia, cada uno de los pensamientos o percepciones irritantes se convierte en un minidetonante que produce una descarga de sustancias cerebrales, y cada una de estas descargas se ve fortalecida, a su vez, por el impulso hormonal precedente. De ese modo, una segunda descarga tiene lugar antes de que la primera se haya disipado por completo y una tercera se suma a las dos precedentes,…y así sucesivamente. Es como si cada descarga cabalgara a lomos de la anterior.
Cualquier pensamiento que tenga lugar durante este proceso provocará una irritación mucho mas intensa que la que tendría lugar al comienzo de la secuencia. El enfado se construye así sobre el enfado al tiempo que la temperatura de nuestro cerebro emocional va aumentando. Entonces la ira ante la que nuestra razón se ve impotente, desembocará fácilmente en un estallido de violencia.
En ese estado la persona se siente incapaz de perdonar y se cierra a todo razonamiento. Todos sus pensamientos se mueven entorno a la venganza y la represalia, sin detenerse a considerar las posibles consecuencias de sus actos. A falta de un conocimiento exacto de lo que le está pasando, la persona enfadada se retrotrae a la más primitiva de las respuestas.
El primer modo de restar fuerza al enfado consiste en prestar la máxima atención y darnos cuenta de los pensamientos que desencadenan la PRIMERA DESCARGA de enojo (esta evaluación original confirma y alienta la primera explosión mientras que las siguientes sólo sirven para AVIVAR las llamas ya encendidas). Cuanto antes intervengamos en cortar este ciclo de enfado, mejores resultados obtendremos.
Modos de apagar nuestro enfado:
EMPATÍA: El poder de la comprensión es un desactivador del enfado, cuando alguien nos irrita pero nos explica luego que su actitud ha sido debida a una mala noticia recibida (muerte, enfermedad, accidente) … nuestra percepción del asunto es distinta y solemos perder toda ira y enfado contra esa persona.
ENFRIAMIENTO: Tratar de aplacar la excitación fisiológica ligada a la descarga de adrenalina en un entorno en el que no haya peligro que se produzcan más situaciones irritantes es un buen medio de rebajar el grado de enfado en nosotros. Las distracciones son un recurso eficaz para modificar nuestro estado de ánimo, es difícil seguir enfadado cuando uno se lo está pasando bien. El truco consiste en DARNOS PERMISO para que el enfado vaya enfriándose mientras tratamos de disfrutar de un rato agradable. Como estrategia eficaz, podemos retirarnos y quedarnos a solas mientras tiene lugar el proceso de enfriamiento. El ejercicio activo contribuye a dominar el enfado y lo mismo puede decirse de métodos de relajación como la respiración profunda. El periodo de enfriamiento no será de ninguna utilidad si lo empleamos en seguir alimentando la cadena de pensamientos irritantes, ya que cada uno de éstos constituye, por sí mismo, un pequeño detonante que hace posibles nuevos brotes de cólera.
Otra buena recomendación es DARSE CUENTA de los pensamientos irritantes o cínicos en el mismo momento en que aparecen y, seguidamente, registrarlos por escrito.
Los psicólogos han comprobado experimentalmente que airear el enfado no sirve de nada para mitigarlo, aunque parezca que nos proporciona satisfacción. Aunque bien es cierto que es útil en determinadas ocasiones, como cuando se trata de comunicar algo y expresárselo abiertamente a la persona causante directa del enojo o cuando sirve para restaurar la autoridad.
Parece en suma, más eficaz, que comencemos tratando de calmarnos y que, posteriormente, de un modo más asertivo y constructivo, entablemos diálogo para tratar de resolver el problema.
Daniel Goleman.
Inteligencia Emocional.
http://saikualternativo.blogspot.com.ar/
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