Dicen que quien el pueblo que no recuerda su historia
está condenado a repetirla. Pues para que no se repita jamás.
Del libro: “Machado, Lorca y Hernández. Los poetas de la
guerra” de Víctor Agramunt Oliver.
“El trece de julio de 1936 Lorca dejó Madrid y se trasladó
a Granada. El dieciocho de ese mismo mes tiene lugar el golpe de estado contra
el Gobierno de la República y el poeta, aunque todos le aconsejan que viaje a
Argentina, opta por permanecer en su Granada. Piensa: Nunca me he definido
políticamente. Nunca me he posicionado en ninguno de los dos bandos.
Tengo amigos en ambos lados. Me preocupo por colectivos
marginados, es cierto, pero mi labor cultural al frente de “La Barraca” tan solo
pretende acercar la cultura a los desfavorecidos. ¿Es acaso todo esto un
delito?”
Por supuesto que no era un delito. Sin embargo, el poeta
no contó con la barbarie, con la locura colectiva. ¡Y eso lo llevó a la muerte,
ante “un pelotón de verdugos”, como diría Machado!
Tenía treinta y ocho años. Había iniciado una gran labor
artística, pero veía truncada la posibilidad de seguir ofreciéndonos el fruto
de su privilegiada inspiración.
Despidámosle con unos versos que él mismo escribió, casi
premonitoriamente, en su primer poemario:
Si
muero,
dejad
el balcón abierto.
El
niño come naranjas.
(Desde
mi balcón lo veo).
El
segador siega el trigo.
(Desde
mi balcón lo siento).
¡Si
muero,
dejad
el balcón abierto!”

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