PRIMER PREMIO
Cuando yo era Joven la vida era distinta a la de ahora, pues yo no estudié nada, estuve trabajando en una fábrica de conservas y los domingos salíamos de paseo por una calle que se llama aquí, en Archena, “El Carril”. Y allí nos paseábamos, calle arriba, calle abajo.
Algunos domingos, en casa de alguna amiga, hacíamos baile con un tocadiscos, que era lo que entonces había.
En los ratos libres, aprendía a coser y bordar. Cuando me eché novio salía de paseo con él y las amigas, no solos. Y vacaciones no teníamos entonces.
Algunos domingos, en casa de alguna amiga, hacíamos baile con un tocadiscos, que era lo que entonces había.
En los ratos libres, aprendía a coser y bordar. Cuando me eché novio salía de paseo con él y las amigas, no solos. Y vacaciones no teníamos entonces.
También recuerdo una anécdota de mi vida de cuando éramos jóvenes, -íbamos a todas las fiestas que podíamos, pero no teníamos coche, y Pascual, el marido de Margarita hoy, tenía un Land Rover, que no era suyo, era de la empresa que trabajaba. Éramos seis o siete amigas, y un 20 de enero nos fuimos a San Sebastián, a Ricote. El coche, como era del trabajo, sólo llevaba los dos asientos de adelante, y detrás llevaba dos tablas en los lados, y en esas tablas íbamos nosotras sentadas. Pero por si éramos pocos, la hermana de Margarita también se vino a la fiesta.
Los caminos eran de tierra y llenos de baches, no había carreteras como ahora. Pues, de repente, el coche dio un salto y nos quedamos todas sentadas una encima de la otra en medio del coche, y el coche no paró. Con toda la risa no nos pasó nada, pues llegamos a ver a San Sebastián a Ricote.
Después tuvo un seiscientos suyo, que allí ya no nos pasaba eso, pues apenas podía cerrar la puerta con todas dentro.
Punto y final.
Este relato es de ÁNGELES PALAZÓN GUILLAMÓN
Los caminos eran de tierra y llenos de baches, no había carreteras como ahora. Pues, de repente, el coche dio un salto y nos quedamos todas sentadas una encima de la otra en medio del coche, y el coche no paró. Con toda la risa no nos pasó nada, pues llegamos a ver a San Sebastián a Ricote.
Después tuvo un seiscientos suyo, que allí ya no nos pasaba eso, pues apenas podía cerrar la puerta con todas dentro.
Punto y final.
Este relato es de ÁNGELES PALAZÓN GUILLAMÓN
SEGUNDO PREMIO
El Palmar, Murcia. Año 1905
Adolfo Mármol Valverde, era un apuesto mozo, hijo de una familia medianamente acomodada, pues todos sus miembros trabajaban en la finca y bodegas de la familia de los Bernales, en El Palmar de Murcia.
Adolfo Mármol Valverde, era un apuesto mozo, hijo de una familia medianamente acomodada, pues todos sus miembros trabajaban en la finca y bodegas de la familia de los Bernales, en El Palmar de Murcia.
Adolfo, con sus hermanos y amigos, se reunían los días de fiesta para salir de ronda. Bien fuera en su partido o en los alrededores. Salían a dar serenatas a las mozas.
Como de costumbre, en las navidades, iban con sus guitarras y contaban las misas de gozo y el día 1º de año, después de la misa, en la plaza de la iglesia, se hacía un baile de puja. Me explico:
El cura y las autoridades ponían una mesa, y encima un cesto para recoger dinero, en la puerta de la iglesia. Y los músicos se colocaban junto a ellos tocando jotas, parrandas, malagueñas, etc, etc, etc. Y las mozas bailaban con el mozo que más dinero diera.
En aquel tiempo lo que más se usaba eran los reales; y lo que al final se recogía, se repartía a los más pobres o necesitados.
En el pueblo de Librilla vivía una moza, hija de una buena familia, se llamaba María Huertas Galián, y bailaba muy bien, así que era solicitada por muchos mozos para el baile de puja.
María tenía un pretendiente y cuando ella salía de su casa con su cántaro a por agua a la fuente, el mozo la cortejaba.
Una tarde, se presentó el mozo en la fuente para hablar con ella, pero no se dio cuenta de que llevaba el bigote lleno de sémola, y María le dijo: ¡Oye Antonio! ¿Qué has comido?, y él le dijo muy ufano, pues arroz y pollo, a lo que María le contestó: ¡Pues límpiate el bigote, que llevas una pluma!
Como el mozo vio que ella se rió de él, le dio tanta vergüenza que se marchó.
El día de año nuevo, después de la misa, hubo baile de puja en la plaza del pueblo, y las mozas estaban dispuestas a bailar, así que empezó la puja y el baile.
Los mozos pujaban por la que a cada uno le gustaba
-¡Yo doy un real por bailar con fulanita!
-¡Pues yo doy tres!.
Y así se recaudaba el dinero.
Como de costumbre, en las navidades, iban con sus guitarras y contaban las misas de gozo y el día 1º de año, después de la misa, en la plaza de la iglesia, se hacía un baile de puja. Me explico:
El cura y las autoridades ponían una mesa, y encima un cesto para recoger dinero, en la puerta de la iglesia. Y los músicos se colocaban junto a ellos tocando jotas, parrandas, malagueñas, etc, etc, etc. Y las mozas bailaban con el mozo que más dinero diera.
En aquel tiempo lo que más se usaba eran los reales; y lo que al final se recogía, se repartía a los más pobres o necesitados.
En el pueblo de Librilla vivía una moza, hija de una buena familia, se llamaba María Huertas Galián, y bailaba muy bien, así que era solicitada por muchos mozos para el baile de puja.
María tenía un pretendiente y cuando ella salía de su casa con su cántaro a por agua a la fuente, el mozo la cortejaba.
Una tarde, se presentó el mozo en la fuente para hablar con ella, pero no se dio cuenta de que llevaba el bigote lleno de sémola, y María le dijo: ¡Oye Antonio! ¿Qué has comido?, y él le dijo muy ufano, pues arroz y pollo, a lo que María le contestó: ¡Pues límpiate el bigote, que llevas una pluma!
Como el mozo vio que ella se rió de él, le dio tanta vergüenza que se marchó.
El día de año nuevo, después de la misa, hubo baile de puja en la plaza del pueblo, y las mozas estaban dispuestas a bailar, así que empezó la puja y el baile.
Los mozos pujaban por la que a cada uno le gustaba
-¡Yo doy un real por bailar con fulanita!
-¡Pues yo doy tres!.
Y así se recaudaba el dinero.
María estaba entre las mozas por las que más se pujaba. Cuando llegó un mozo y dijo
-¡Un real por bailar con María!
Y dice otro:
-Tres reales por María!
Dice otro:
-¡Una peseta por María!
¡Oh qué fortuna, cómo sube la puja!
En fin, que los tres querían bailar con ella, y estando en esa disputa, llegó un mozo montado a caballo a la plaza y dirigiéndose a los de la puja, dijo: ¡Yo doy 20 reales por bailar con esa moza Los dos se miraron a los ojos y yo creo que fue un flechazo lo que los unió!
-¡Un real por bailar con María!
Y dice otro:
-Tres reales por María!
Dice otro:
-¡Una peseta por María!
¡Oh qué fortuna, cómo sube la puja!
En fin, que los tres querían bailar con ella, y estando en esa disputa, llegó un mozo montado a caballo a la plaza y dirigiéndose a los de la puja, dijo: ¡Yo doy 20 reales por bailar con esa moza Los dos se miraron a los ojos y yo creo que fue un flechazo lo que los unió!
María preguntó: -¿quién es usted?
El mozo respondió: Soy Adolfo Mármol Valverde, de El Palmar. Señorita, ¿quiere bailar conmigo?, y haciéndole una reverencia, le besó la mano y bailaron tres horas.
Tiempo después, contrajeron matrimonio y fueron muy felices.
Esta historia es verídica, pues son mis abuelos y me la contaron ellos.
El mozo respondió: Soy Adolfo Mármol Valverde, de El Palmar. Señorita, ¿quiere bailar conmigo?, y haciéndole una reverencia, le besó la mano y bailaron tres horas.
Tiempo después, contrajeron matrimonio y fueron muy felices.
Esta historia es verídica, pues son mis abuelos y me la contaron ellos.
Este relato es de MARÍA MÁRMOL.
TERCER PREMIO
No podría escribir una única experiencia sobre la mujer ¡son tantas! Que puedo contaros algunas.
Si tus padres te educan desde que naces en igualdad y en valores, cuando creces no piensas: -ésto es solo para hombres, o solo para mujeres-. Todo queda impregnado de esa educación. Mis padres me recibieron después de un hermano, y después de mi, otro niño. Recuerdo que los tres jugábamos en la mesa de camilla, nuestra caravana de madera, con dos sillas que hacían de caballos, juntos oíamos también la hora del pan y chocolate en la radio, en mis tiempos la fregona no existía, así que los sábados mi madre nos ponía a fregar el suelo a mano, y tanto mis dos hermanos como yo lo hacíamos, a pesar de que ellos no querían que sus amigos lo supiesen, de eso nadie presumía, mi padre nos limpiaba los zapatos, preparaba los bocadillos y nos llevaba al colegio y a mi madre le tocaba lo que nadie quería, el cuarto de baño.
Después llegaron mis hermanas pequeñas, las gemelas, yo ya tenía 13 años y mi padre preguntó a mi madre si era necesario que dejase de ir al instituto para ayudarla con ellas, mi madre le contestó con mucha razón: -Las gemelas las hemos tenido nosotros, así que tendremos que apañárnoslas nosotros, en esta casa todos los hijos son iguales-, así que yo seguí estudiando, cosa que no me gustaba nada, pues yo quería ser peluquera por aquel entonces.
Mi padre tenía muchas cosas buenas, me enseñó a bailar, montar en bici, me tomaba la lección… y con él era la única de mis hermanos que lo acompañaba a los toros o al futbol.
Mi padrino, una persona también importante en mi vida, con mucha visión de futuro, dijo a mis padres que tenía que estudiar inglés en el instituto, todo el mundo estudiaba francés, menos mis cuatro compañeros y yo, que dábamos las clases en una mesa de camilla en la sala de profesores.
Cuando terminé bachiller no sabía qué carrera elegir y mi padre me dijo: ¡MAESTRA! (sin pensarlo). A ti te gusta jugar con niños, dar catequesis, ir de excursión y a campamentos con los Scouts y … vaya, ¡qué acierto tuvo!. Hoy a mis 65 años, me acuerdo de la frase de Confucio: “Elige un trabajo que te guste y no tendrás que trabajar ni un día de tu vida”. Refleja perfectamente mis cuarenta años de vocación como maestra de inglés.
A los 18 años, junto con unas amigas, fuimos a Pamplona para hacer un curso, la dueña del coche, un poco miedosa, preguntó si alguien quería conducir, así que yo, valiente, dije que me atrevía, y, desde las seis de la mañana conduje el coche. Al llegar, me preguntaron que se me veía con experiencia, a lo que contesté que sólo tenía el permiso para conducir tres meses, y ellas quedaron boquiabiertas. En aquellos tiempos, tener carnet era un artículo de lujo, pero mis padres también pensaban que era algo necesario.
Sin embargo, a mi madre le costaba entender que yo viajara sola, -lloraba-, así que mi padre me aconsejaba no decirlo hasta que me viese preparando la maleta (así ella no le daba vueltas a la cabeza durante tanto tiempo). En concreto, recuerdo una frase de él: “Tú tienes que ser lo que tú quieras, ella lo comprenderá”. Y consiguieron con diálogo, esfuerzo y ayuda de Dios que sus 5 hijos terminaran sus carreras, pues decían que era nuestra mejor herencia.
A mi marido lo conocí estudiando magisterio, tenemos tres hijos y tres hijas, así que contábamos cuentos en el cole y en la casa, y buscábamos algún parque en el que pasar la tarde, pues antes no había como ahora en todas partes, y, al regresar, los bañábamos juntos en la bañera ¡Cuatro de golpe, para ahorrar agua y tiempo! Pocas bañeras han trabajado tanto…..
Como buenos Archeneros, nos vestíamos de huertanos para ofrecer a la Virgen y ramo de flores, ese día era una carrera interminable, prepara ropas, esparteñas, flores… Recuerdo que con mi cuarto hijo era una lucha constante, aunque era de risa pintarle el bigote, pues le picaba, se restregaba y me tocaba volver a pintarlo. A mi marido solo conseguí que se vistiera de huertano una vez ¡Menos mal que tenemos la foto!. Él se encargaba, por supuesto, del video y las fotos.
También recuerdo que en el frigorífico de mi casa había una cartulina con los nombres de mis hijos en fila y las tareas por hacer durante la semana: ordenar juguetes, sacar la basura, hacer la cama, etc. Y ellos colocaban un gomet junto a su nombre cada vez que hacían una tarea. Al final de la semana se contaban los gomets y por cada gomet conseguían 50 céntimos para su hucha, así cada uno utilizaba su dinero para que lo que quisiera.
Desde siempre he procurado educar en la igualdad que yo recibí de mis padres e intentando transmitirla a mis hijos. Mi felicidad como mujer se ha fundamentado en vivir las cosas sencillas de la vida con intensidad y sobre todo con el amor y la libertad de los hijos de Dios.
No podría escribir una única experiencia sobre la mujer ¡son tantas! Que puedo contaros algunas.
Si tus padres te educan desde que naces en igualdad y en valores, cuando creces no piensas: -ésto es solo para hombres, o solo para mujeres-. Todo queda impregnado de esa educación. Mis padres me recibieron después de un hermano, y después de mi, otro niño. Recuerdo que los tres jugábamos en la mesa de camilla, nuestra caravana de madera, con dos sillas que hacían de caballos, juntos oíamos también la hora del pan y chocolate en la radio, en mis tiempos la fregona no existía, así que los sábados mi madre nos ponía a fregar el suelo a mano, y tanto mis dos hermanos como yo lo hacíamos, a pesar de que ellos no querían que sus amigos lo supiesen, de eso nadie presumía, mi padre nos limpiaba los zapatos, preparaba los bocadillos y nos llevaba al colegio y a mi madre le tocaba lo que nadie quería, el cuarto de baño.
Después llegaron mis hermanas pequeñas, las gemelas, yo ya tenía 13 años y mi padre preguntó a mi madre si era necesario que dejase de ir al instituto para ayudarla con ellas, mi madre le contestó con mucha razón: -Las gemelas las hemos tenido nosotros, así que tendremos que apañárnoslas nosotros, en esta casa todos los hijos son iguales-, así que yo seguí estudiando, cosa que no me gustaba nada, pues yo quería ser peluquera por aquel entonces.
Mi padre tenía muchas cosas buenas, me enseñó a bailar, montar en bici, me tomaba la lección… y con él era la única de mis hermanos que lo acompañaba a los toros o al futbol.
Mi padrino, una persona también importante en mi vida, con mucha visión de futuro, dijo a mis padres que tenía que estudiar inglés en el instituto, todo el mundo estudiaba francés, menos mis cuatro compañeros y yo, que dábamos las clases en una mesa de camilla en la sala de profesores.
Cuando terminé bachiller no sabía qué carrera elegir y mi padre me dijo: ¡MAESTRA! (sin pensarlo). A ti te gusta jugar con niños, dar catequesis, ir de excursión y a campamentos con los Scouts y … vaya, ¡qué acierto tuvo!. Hoy a mis 65 años, me acuerdo de la frase de Confucio: “Elige un trabajo que te guste y no tendrás que trabajar ni un día de tu vida”. Refleja perfectamente mis cuarenta años de vocación como maestra de inglés.
A los 18 años, junto con unas amigas, fuimos a Pamplona para hacer un curso, la dueña del coche, un poco miedosa, preguntó si alguien quería conducir, así que yo, valiente, dije que me atrevía, y, desde las seis de la mañana conduje el coche. Al llegar, me preguntaron que se me veía con experiencia, a lo que contesté que sólo tenía el permiso para conducir tres meses, y ellas quedaron boquiabiertas. En aquellos tiempos, tener carnet era un artículo de lujo, pero mis padres también pensaban que era algo necesario.
Sin embargo, a mi madre le costaba entender que yo viajara sola, -lloraba-, así que mi padre me aconsejaba no decirlo hasta que me viese preparando la maleta (así ella no le daba vueltas a la cabeza durante tanto tiempo). En concreto, recuerdo una frase de él: “Tú tienes que ser lo que tú quieras, ella lo comprenderá”. Y consiguieron con diálogo, esfuerzo y ayuda de Dios que sus 5 hijos terminaran sus carreras, pues decían que era nuestra mejor herencia.
A mi marido lo conocí estudiando magisterio, tenemos tres hijos y tres hijas, así que contábamos cuentos en el cole y en la casa, y buscábamos algún parque en el que pasar la tarde, pues antes no había como ahora en todas partes, y, al regresar, los bañábamos juntos en la bañera ¡Cuatro de golpe, para ahorrar agua y tiempo! Pocas bañeras han trabajado tanto…..
Como buenos Archeneros, nos vestíamos de huertanos para ofrecer a la Virgen y ramo de flores, ese día era una carrera interminable, prepara ropas, esparteñas, flores… Recuerdo que con mi cuarto hijo era una lucha constante, aunque era de risa pintarle el bigote, pues le picaba, se restregaba y me tocaba volver a pintarlo. A mi marido solo conseguí que se vistiera de huertano una vez ¡Menos mal que tenemos la foto!. Él se encargaba, por supuesto, del video y las fotos.
También recuerdo que en el frigorífico de mi casa había una cartulina con los nombres de mis hijos en fila y las tareas por hacer durante la semana: ordenar juguetes, sacar la basura, hacer la cama, etc. Y ellos colocaban un gomet junto a su nombre cada vez que hacían una tarea. Al final de la semana se contaban los gomets y por cada gomet conseguían 50 céntimos para su hucha, así cada uno utilizaba su dinero para que lo que quisiera.
Desde siempre he procurado educar en la igualdad que yo recibí de mis padres e intentando transmitirla a mis hijos. Mi felicidad como mujer se ha fundamentado en vivir las cosas sencillas de la vida con intensidad y sobre todo con el amor y la libertad de los hijos de Dios.
Este relato lo ha escrito MARÍA DOLORES FERRER MARTÍNEZ
TERCER PREMIO II
Queréis que cuente y en realidad de muy pequeña poco puedo contar. Navidad, reyes, regalos…
Nací en 1938, en plena guerra civil, y después vino lo peor, todas las cosas eran racionadas y la comida escaseaba, así que la cosa era bastante chunga. Pero mis padres hacían muchos esfuerzos para que esos días fueran especiales, con cosas tan simples como unos dulces o unas peladillas. Para nosotros era suficiente para ser felices.
Mi padre todos los años hacía una hucha. La llamábamos “El Pavo”, y todos los días, mi padre nos daba dinero para echarle de comer al pavo. Y cuando faltaba una semana para Navidad, abríamos la hucha y comprábamos un pavo y hacíamos dulces.
Eso tan simple, a nosotros nos hacía mucha ilusión.
En Noche Buena, la cena era pavo asado en las brasas. La comida siempre típica, cocido con pelotas, y a otro día arroz con pavo.
De los Reyes, menos contar,… mi madre guardaba algún dulce de Navidad y nos lo ponía como regalo de Reyes, siempre acompañado de unos calcetines o algunas prendas de vestir. ¡Y nosotros nos poníamos contentísimos!, porque los dulces ya hacía tiempo que se habían terminado.
Un año me pusieron los Reyes una muñeca de cartón. Tenía una cara preciosa. Al poco tiempo la muñeca se perdió y por más que preguntaba nadie sabía dónde estaba. Al año siguiente aparecía con traje nuevo. Yo volvía a ponerme contenta.
Un día, estando todos en la mesa, se me ocurrió decir que ya sabía que los Reyes Magos eran los padres, y mi madre dijo: ¡Bueno, pues se acabaron los Reyes!
Y así fui yo de lista.
Nací en 1938, en plena guerra civil, y después vino lo peor, todas las cosas eran racionadas y la comida escaseaba, así que la cosa era bastante chunga. Pero mis padres hacían muchos esfuerzos para que esos días fueran especiales, con cosas tan simples como unos dulces o unas peladillas. Para nosotros era suficiente para ser felices.
Mi padre todos los años hacía una hucha. La llamábamos “El Pavo”, y todos los días, mi padre nos daba dinero para echarle de comer al pavo. Y cuando faltaba una semana para Navidad, abríamos la hucha y comprábamos un pavo y hacíamos dulces.
Eso tan simple, a nosotros nos hacía mucha ilusión.
En Noche Buena, la cena era pavo asado en las brasas. La comida siempre típica, cocido con pelotas, y a otro día arroz con pavo.
De los Reyes, menos contar,… mi madre guardaba algún dulce de Navidad y nos lo ponía como regalo de Reyes, siempre acompañado de unos calcetines o algunas prendas de vestir. ¡Y nosotros nos poníamos contentísimos!, porque los dulces ya hacía tiempo que se habían terminado.
Un año me pusieron los Reyes una muñeca de cartón. Tenía una cara preciosa. Al poco tiempo la muñeca se perdió y por más que preguntaba nadie sabía dónde estaba. Al año siguiente aparecía con traje nuevo. Yo volvía a ponerme contenta.
Un día, estando todos en la mesa, se me ocurrió decir que ya sabía que los Reyes Magos eran los padres, y mi madre dijo: ¡Bueno, pues se acabaron los Reyes!
Y así fui yo de lista.
Este relato es de JOSEFA PUCHE GUILLÉN
TERCER PREMIO III
Yo fui una niña nacida en el campo, allá por los años 40. Siendo la pequeña de tres hermanos y llevándome una cierta edad, pues una mayor me llevaba 15 años, y la segunda 12, así que crecí con unos padres mayores y mis hermanos también, y solo estaba yo de niña. Y claro, cuando yo tenía 6 u 8 años quería estar con otros críos y jugar. Por eso cuando podía me iba a otra casa que habían niños y mis hermanos me llamaban: ¡Margarita vuélvete!, y yo no les contestaba….. ¡No me vuelvo ni, ni, ni, ni…!
También recuerdo cuando mis padres iban a ver a mis abuelos y yo quería irme con ellos, pues ellos iban andando, ya que mi padre no sabía montar en bicicleta, y yo quería irme, pero mi padre me decía: ¡Si te vienes cansaba y le decía a mi padre: ¡Mira que ir los tres andando!. Y claro, con esa expresión ya mi padre me tomaba a coscoletas, y yo tan feliz!!!!
Este relato lo ha escrito MARGARITA MIÑANO FERRER
También recuerdo cuando mis padres iban a ver a mis abuelos y yo quería irme con ellos, pues ellos iban andando, ya que mi padre no sabía montar en bicicleta, y yo quería irme, pero mi padre me decía: ¡Si te vienes cansaba y le decía a mi padre: ¡Mira que ir los tres andando!. Y claro, con esa expresión ya mi padre me tomaba a coscoletas, y yo tan feliz!!!!
Este relato lo ha escrito MARGARITA MIÑANO FERRER
Como ha habido tanta calidad, no podemos quedarnos sin nombrar los relatos especiales, premiados por su encanto y originalidad, que también han tenido un regalo.
• Lola Murcia Gálvez -Esperamos que la princesa de tu relato vaya a la Luna o a donde quiera. Muchas gracias.
• Elvira Gómez Costa –Con tu relato nos has llevado a lugares dorados y encantadores. Y nosotras nos preguntamos también a dónde fue la sandía. Muchas gracias.
• Ángeles Guillén Gil –Felicidades por esos 50 años y por esa estupenda familia. La vida te ha recompensado todas las dificultades que pasaste de pequeña. Muchas gracias.
• María Cantó López –Ojalá la vida te regale momentos tan felices como cuando ibas con tu vestidico nuevo a las fiestas de las Gachopas y del Hurtao. Muchas gracias.
• Concepción Ríos Luna –Concha dice una frase verdaderamente importante: “No recuerdo que nos cansábamos en la fábrica, sino lo que nos reíamos” Muchas gracias.
• María Dolores Marco Sánchez –Fue una suerte que estuviese allí tu chacha Dolores y pudieras hacer la comunión tan guapa. Muchas gracias.
• Encarna Quijada Gómez- Aquel camarero vio la felicidad en vuestra cara… dice Encarna una frase preciosa: “Nunca he estado en el cielo, pero puedo asegurar que cuando me abraza mi marido cierro los ojos y me siento en la gloria”. Muchas gracias.
• Lucía Rojo García –Menudo susto cuando te hundiste en las algas de la playa y perdiste tu zapato. Muchas gracias.
• Dolores Massa Rivera –Esperamos que no te vuelvas a llevar ningún susto con el agua y que disfrutes siempre del mar o del río. Muchas gracias.
• Teresa Rueda Ruiz –Felicidades por tu familia y por tu precioso nieto Iván. Muchas gracias.
Agradecemos a todas las personas que han estado en esta magnífica fiesta este año, y esperamos poder seguir disfrutando en años sucesivos.
¡¡MUCHAS GRACIAS Y HASTA SIEMPRE!!
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